Friday, December 15, 2006


NO HAY ESCUSAS. UNA CAMPAÑA NACIONAL EN CHILE, PARA PROTEGER A LOS NIÑOS Y NIÑAS DE LA PROSTITUCIÓN

Con actores lanzan campaña contra la Explotación Sexual Comercial de niñas, niños y adolescentes

* En el Museo de Bellas Artes se lanzó la Campaña de Sensibilización contra la Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes (ESCNNA) “No hay excusas. El comercio sexual con personas menores de 18 años es un crimen”.

Daniel Muñoz, Andrés Velasco, Francisco Melo, Claudia Pérez, Sigrid Alegría, Francisca Imboden, Rodrigo Muñoz, Claudio Arredondo, Kattyna Huberman, Álvaro Rudolphy, Luz Valdivieso, Andrés Gómez, Marcial Tagle, Tiago Correa, Alejandra Fosalba y diversas personalidades del sector público y privado se reunieron hoy para manifestar su apoyo a la iniciativa que promueve la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y ONG Raíces.

El propósito de esta campaña es generar en la ciudadanía una actitud consciente respecto a la extrema vulneración de derechos que padecen los niños, niñas y adolescentes y llamar la atención a una sociedad que tolera y naturaliza este tipo de explotación.

El lanzamiento comenzó a las 20:00 horas con un monólogo a cargo de la dramaturga Malú Jiménez y la actriz Sandra Jara; y continuó con la intervención de representantes de instituciones de gobierno, universidades, sindicatos, ONGs, empresarios y diputados, quienes manifestaron su adhesión a la Campaña. Al final, los actores involucrados en la iniciativa dieron a conocer algunos testimonios de niños, niñas y adolescentes.

Al respecto, Guillermo Miranda, Director Oficina Subregional para el Cono Sur de América Latina de OIT, señaló que "la Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes, además de ser una violación severa de los derechos humanos, transgrede las disposiciones de varios instrumentos internacionales como el Convenio de Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño y el Convenio 182 de la OIT, sobre las peores formas de trabajo infantil, que instan a los países que lo suscriben a no tolerar que sigan aumentando las víctimas de este moderno tipo de esclavitud".

“Nos interesa involucrar activamente a distintos actores sociales en la prevención y la generación de conciencia respecto a la situación de los niños, niñas y adolescentes víctimas de este ultraje, porque creemos que es responsabilidad de los adultos brindarles espacios de protección, así como oportunidades de reparación frente al profundo daño físico, psicológico, social que la explotación sexual les ha provocado. La reparación es posible y depende de todos generar las condiciones para que ello ocurra”, señaló Denisse Araya, Secretaria general de ONG Raíces.

Los actores comprometidos se mostraron dispuestos a aportar permanentemente en la difusión de esta problemática. “Pienso que es necesario que se hable del tema en todas partes, y también que esto sea denunciado, es por ello que la gente puede llamar a Carabineros de Chile o al Servicio Nacional de Menores”, indicó Francisco Melo.

La Campaña contempla varias actividades de difusión de la imagen y el mensaje (volantes, afiches, chapitas) en Santiago y regiones; la creación de un video informativo que será difundido en importantes emplazamientos; actividades culturales y de sensibilización en universidades e instituciones y un evento Multiartístico con presentación de monólogos y exposiciones de pintura y fotografía.

La ESCNNA una cruda realidad en Chile y el mundo

La Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes (ESCNNA), es aquella actividad en que un adulto utiliza a una persona menor de 18 años con propósitos sexuales a cambio de dinero o de favores como amparo o protección y abarca un conjunto de diferentes actividades sexuales como la producción de material pornográfico, la explotación sexual comercial en el ámbito del turismo, la realización de espectáculos pornográficos y la trata de niñas, niños y adolescentes para el comercio sexual.
Se habla de Explotación Sexual Comercial y no de “prostitución infantil”para dejar en evidencia que se trata de una forma extrema de violencia y abuso de poder por parte de los adultos.
En el año 2003, un estudio encargado por Sename realizó una proyección nacional de posibles víctimas de explotación, llegando a 3700 niños, niñas y adolescentes. De ellos, casi el 80% son mujeres y el promedio de edad en el inicio de la explotación está entre los 12 y 13 años.
Las regiones que demuestran mayor número de niños y niñas involucrados, son: Región Metropolitana, 30.7%; V Región, 16.0%; II Región, 11%; le siguen la I Región, 8.4% y VIII Región, 7.34%.
En cuanto a los clientes se pudo constatar que estos tienen entre 18 y 75 años, principalmente hombres. Los clientes provienen de todas las clases sociales.

Para denunciar:
147 (Fono Niño de Carabineros de Chile)
800 730 800 Fono Denuncia de SENAME.

El siguiente es un texto que me pareció excelente transcribir tal cual, dado que refleja a muchos cristianos que no saben si lo que hacen es un servicio a Dios.

Algunos, confunden servicio al Señor con una vida de ciega obediencia a planes meramente humanos.

Que el Señor nos abra los ojos y nos permita recoger las naranjas de cualquier naranjo en donde se encuentren listas para ser cosechadas.

Antes que se pudran…

Raimundo
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El siguiente texto ha sido publicado en la revista Apuntes Pastorales,
Volumen XXII, Nº 4, páginas 8 a 10, y posee la siguiente introducción.

Hace más de cuarenta años el Dr. John White compartió un sueño que lo perturbó profundamente. Su contenido aún sigue dando ¡mucho que pensar!

La Parábola del Naranjo
por el Dr. John White

Traducción para Desarrollo Cristiano Internacional
Adaptado de “The Parable or the Orange Tree” del Dr. John White.
Texto publicado en la revista Apuntes Pastorales

Soñé que manejaba por un camino solitario, recto y vacío. A ambos lados había tierras plantadas con centenares de naranjos. Los miraba de vez en cuando, mientras conducía, hilera tras hilera de árboles que se perdían en el horizonte; sus ramas inclinadas hacia el piso por el peso de abundantes frutos anaranjados.
Aquella era época de cosecha. Mi asombro aumentaba en la medida que avanzaba kilómetro tras kilómetro. ¿Cómo podía cosecharse semejante mies?

De golpe me di cuenta de que durante todas las horas que había estado manejando (entonces tomé conciencia de que estaba soñando) no había visto a una sola persona. Los naranjales estaban completamente vacíos.
Tampoco me había cruzado con ningún otro vehículo, ni había visto viviendas al costado de la ruta.
Me encontraba absolutamente solo en un mar de naranjos.

Finalmente avisté algunos cosechadores de naranjas. Estaban lejos, casi sobre el horizonte, perdidos en la vasta plantación de frutos sin cosechar.

Observé que este pequeño grupo trabajaba con constancia.

Luego, muchos kilómetros más adelante, vi a otro pequeño grupo de personas. No podía estar seguro, pero sospechaba que la tierra se reía silenciosamente frente a lo inútil de la tarea que se habían propuesto estos labradores. No obstante, los cosechadores continuaron con el trabajo de arrancar naranjas de los árboles.
Mucho tiempo después de que el sol había cruzado su cenit y las sombras comenzaban a alargarse, ingresé en una curva y, repentinamente, vi un cartel al costado de la ruta que decía: “Usted está saliendo del MUNICIPIO ABANDONADO e ingresando al MUNICIPIO CULTIVADO”.

El contraste era tan marcado que casi no tuve tiempo de reaccionar.

Me vi obligado a disminuir la marcha pues, de golpe, el tránsito se había tornado pesado. Miles de personas transitaban por la ruta y caminaban por las aceras.

Lo que resultó aún más sorprendente era la transformación que se veía en los naranjales. Aún proliferaban las plantaciones y los árboles también estaban cargados de frutas. Mas ahora no se encontraban solitarias y abandonadas. Estaban invadidas por multitudes que apabullaban el silencio con sus risas y cánticos. De hecho, las personas eran más visibles que los árboles. Las personas, y las viviendas.

Estacioné mi vehículo al costado del camino y salí a pasear entre la multitud.

Me sentí avergonzado de mi ropa de trabajo, pues la gente vestía zapatos lustrados, sombreros llamativos, trajes lujosos y camisas almidonadas. ¡Todos parecían estar tan alegres y tener tan buena presencia!
“¿Acaso se trata de alguna fiesta?” – le pregunté a una mujer con la que comencé a caminar. Por un instante se mostró un poco sorprendida. Luego se relajó y una sonrisa condescendiente apareció en su rostro. “¿Usted no es de por aquí verdad?” – me preguntó. Antes de que pudiera contestar, me dijo: “Hoy es el día de la naranja”.
Seguramente ella percibió mi falta de comprensión, pues prosiguió: “Es tan bueno poder dejar los quehaceres de la vida y dedicarse, un día por semana, a juntar naranjas.”

“¿Acaso no cosechan naranjas todos los días?” – le pregunté.

“Uno puede cosechar naranjas en cualquier momento – me contestó -. Siempre debemos estar dispuestos a cosechar naranjas, pero el día de la naranja es el día que dedicamos especialmente a juntar naranjas”.

La dejé y entré en uno de los naranjales. La mayoría de las personas llevaba un libro. Estaban exquisitamente forrados en cuero, con delicadas letras y lomos dorados. Pude ver en una de ellas las palabras: “Manual del cosechador de naranjas”.

De pronto vi que se habían colocado asientos alrededor de uno de los árboles, en prolijas hileras cuidadosamente escalonadas. Los asientos estaban casi todos ocupados, pero cuando me acerqué al grupo, un caballero sonriente y bien vestido me dio la mano y me condujo hasta uno desocupado.

Podía ver, desde allí, a varias personas alrededor del árbol. Uno de ellos estaba hablándoles a las personas en las hileras de asientos. Justo cuando llegué a mi asiento todos se pusieron en pie y comenzaron a cantar. El hombre a mi costado compartió conmigo su cancionero. Se llamaba Canciones de los naranjales.

El grupo cantó por un buen rato. El hombre que dirigía las canciones movía los brazos con extraño entusiasmo, exhortando a las personas, entre canto y canto, para que cantaran más fuerte.

La confusión que yo sentía crecía cada vez más. “¿En qué momento comenzamos a juntar naranjas?” le pregunté al hombre que me compartía el cancionero. “Ya falta poco – me contestó -. Nos gusta que primeramente la gente entre en el espíritu de la reunión. Además, queremos que las naranjas se sientan a gusto”. Pensé que el hombre estaba bromeando, pero él se mantuvo serio.

Luego de un tiempo un hombre gordo reemplazó al director de canto. Después de leer dos oraciones de su gastada copia del Manual del cosechador de naranjas, comenzó a dar un discurso. No me resultaba claro si le estaba hablando a las personas o a las naranjas.

Miré a mi alrededor y vi a diferentes grupos de personas que también se estaban congregando alrededor de otros árboles, mientras ellos también eran arengados por otros hombres gordos. Algunos de los árboles no tenían a nadie congregado bajo sus ramas.

“¿De cuáles árboles arrancamos naranjas?” – le pregunté otra vez a mi compañero. No parecía entender mi pregunta, por lo que le señalé los otros árboles a nuestro alrededor.

“Este es nuestro árbol” – me dijo, señalando el árbol alrededor del cual estábamos reunidos.

“Pero somos muchos para cosechar de un solo árbol – le dije -. ¡Si aquí hay más personas que naranjas!”
“Es que nosotros no juntamos naranjas – el hombre me explicó -, No hemos sido llamados. Ese es el trabajo del Pastor de los cosechadores de naranjas. Nosotros estamos reunidos para apoyar su trabajo. Además, usted no ha ido a la universidad. Uno necesita saber cómo piensa una naranja antes de que la pueda arrancar exitosamente, usted sabe, entender la psicología de la naranja. La mayoría de las personas aquí – dijo, mientras señalaba a la gente congregada – ni siquiera han asistido al seminario del Manual.”

“Seminario del Manual… ¿qué es eso?” – le pregunté en voz baja.

“Es el lugar donde la gente va para estudiar el Manual del cosechador de naranjas – me replicó mi informante -. Es muy difícil de entender. Uno debe estudiar durante años antes de que pueda comenzar a comprenderlo.”
“Entiendo – le respondí -. La verdad es que no tenía idea de que cosechar naranjas era un asunto tan complejo.”

El hombre gordo de adelante aún continuaba con su discurso. Su cara estaba colorada y mostraba aparentemente indignación por algún asunto. Por lo que podía percibir, tenía que ver con alguna rivalidad con algunos de los otros “grupos” de cosechadores de naranjas. Un momento más tarde, sin embargo, su rostro se iluminó.

“Sin embargo, no estamos abandonados – señaló -. Tenemos mucho por qué estar agradecidos. La semana pasada vimos cómo entraron tres naranjas a nuestro cesto, y ahora hemos podido terminar de pagar la deuda por las nuevas almohadas que ustedes están disfrutando en este mismo momento.”

“¿No es maravilloso?” – me preguntó mi compañero. No le respondí. Sentía que de alguna manera algo en esta reunión estaba profundamente errado.

Todo esto me parecía una manera muy rebuscada de recoger naranjas.

El hombre gordo estaba llegando al punto culminante de su discurso. El ambiente estaba tenso. Entonces, con un gesto de dramatismo, estiró los brazos y tomó en sus manos dos naranjas, arrancándolas de la rama y colocándolas en el cesto que tenía a sus pies. La congregación irrumpió en un ensordecedor aplauso.

“¿Ahora nos toca a nosotros?” – pregunté al hombre a mi lado.

“¿Qué rayos piensa que estamos haciendo? – replicó airado -. ¿Para qué piensa que se ha realizado este tremendo esfuerzo? Hemos reunido en este lugar a más talento cosechador que en todo el resto del condado. Se han invertido miles de dólares en el árbol que usted está viendo.”

Me disculpé rápidamente. “No tuve intención de criticar – le dije – No me cabe duda de que el hombre gordo debe ser un muy buen cosechador de naranjas. Pero, ¿no podríamos el resto de nosotros también hacer el intento? Después de todo, son miles las naranjas que aún quedan por cosechar. Todos tenemos manos con las cuales trabajar… y hasta podríamos leer el Manual.”

“Cuando usted haya estado en este negocio por tanto años como yo, se dará cuenta de que el asunto no es tan sencillo como parece – me contestó -. Para empezar, no hay suficiente tiempo para hacerlo. Cada uno de nosotros tenemos nuestras ocupaciones, nuestras familias que cuidar, nuestros hogares que construir. Nosotros…”

Pero ya no lo estaba escuchando. Comenzaba a aclarárseme la situación. Fuera cual fuera la identidad de esta gente, una cosa resultaba obvia: no eran cosechadores de naranjas. El cosechar naranjas no era más que un entretenimiento para ellos, algo para los fines de semana.

Me acerqué a uno o dos de los otros grupos alrededor de los árboles. No todos poseían requisitos académicos tan elevados para el proceso de cosechar naranjas. Algunos ofrecían cursos para cosechar naranjas. Traté de contarles acerca de los árboles que había visto en el MUNICIPIO ABANDONADO, pero la mayoría se mostraba desinteresada. “Aún no hemos terminado de cosechar las naranjas que tenemos aquí” – era la respuesta que más frecuentemente escuchaba.

El sol ya se estaba poniendo en mi sueño. Como estaba cansado del ruido y la actividad a mi alrededor, me subí a mi carro y me volví por el mismo camino por el cual había venido. En poco tiempo me encontré rodeado, una vez más, por las vastas y solitarias plantaciones de naranjas.

Pero había cambios. Algo había ocurrido durante mi ausencia. Por todos lados la tierra estaba cubierta de naranjas que habían caído de los árboles. Y mientras miraba parecía que, delante de mis propios ojos, de los árboles comenzaron a llover naranjas. Muchas de ellas yacían sobre la tierra en estado de putrefacción.
Todo esto me parecía tan extraño; aún más cuando pensaba en las multitudes que permanecían en el MUNICIPIO CULTIVADO.

Entonces, con voz de trompeta, una voz se escuchó de entre los árboles, que decía: “La mies a la verdad es mucha, pero los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies…”
Y luego, desperté – pues, ¡no era más que un sueño!


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