Tuesday, May 09, 2006



ME HA PARECIDO MUY PERTINENTE COMPARTIR ESTE PEQUEÑO ARTÍCULO. OJALA LES PUEDA ORIENTAR.
El rostro crudo de la violenciaen contra de las mujeres

Ana Cáceres O.
Psicóloga, Instituto de la Mujer

Esconder el abuso y vivir como si nada sucediera; actuar socialmente de una manera y en lo íntimo de manera totalmente opuesta; el discurso de la libertad y la práctica de la opresión, son formas frecuentes de ocultar o no asumir la discriminación y la violencia con aquellas(os) que en el mapa de la cultura dominante son menos poderosos, poseen menos atributos, no son dueñas(os) ni de su propio ser.
La invisibilidad, las trivializaciones y la revictimización en relación al ejercicio del maltrato en los hogares, en el trabajo, en la sociedad, como forma "naturalizada" de mantener el control de las conductas de las mujeres, parecieran ser —entre otros— mecanismos de defensa institucionalizados que tienden velos sobre lo que podemos denominar las cotidianidades escindidas y/o las dobles fachadas en el ámbito privado-social. Pátina que cubre de historias negadas en las raíces de silencio, en el simbolismo del amor imbricado a la agresión de la otra, el abuso de siglos como el patrón normal.
Adiestrados los habitantes para cumplir con las expectativas asociadas a nuestros roles de hombre y de mujer, aprendemos también que la desigualdad —la discriminación— y la violencia contra la población femenina no existen. Nuestras psiquis, constituidas tanto por valores, actitudes, experiencias propias, aprendizajes vicarios, como por los permisos y las prohibiciones culturales internalizados, nos configuran en la posibilidad —virtual— de ser víctimas o victimarios, de acuerdo a nuestro género; y ello aunque en los mitos compartidos las mujeres sean ensalzadas como dignas del máximo respeto y en las constituciones políticas sean iguales. En la vida, ser víctimas es parte de nuestro pellejo.
Los circuitos de violencia al interior de los hogares —y en todos los estratos sociales— pueden comenzar a darse desde los "pololeos" y en los primeros años de casados. El drama se vive desde el miedo, la ignorancia de los derechos, la subordinación por el lado de ellas y desde ellos, el uso de la violencia y la jerarquía como funcionamiento habitual. Indicarían la existencia de violencia doméstica dos veces vivido el ciclo: primero, humillaciones, amenazas y descalificaciones, etc., que en el clímax de la tensión se transforman en maltrato físico. A esta explosión le sigue la tregua del "arrepentimiento" del que abusa, el "amor" acallando pánicos y moretones de la abusada.
Los efectos de lo anterior recaen en las mujeres, los niños (víctimas directas o testigos), y trascienden el ámbito familiar, ya que inciden en el país en su conjunto. Constituyen un freno invisible al desarrollo: mujeres rendidas y devaluadas, frente a sí mismas y a los demás, se marginan de participar en sus territorios y en otros escenarios.
Los datos son abismantes: en la violencia conyugal, en 76 por ciento de los casos las víctimas son mujeres; en 22 por ciento, las agresiones serían mutuas, sólo que ellas responden a agresiones de ellos; y sólo un 2 por ciento serían hombres maltratados. En términos globales, en 50 por ciento de las familias existiría violencia intrafamiliar. En Chile, dos botones de muestra: una de cuatro mujeres en San Joaquín vive maltrato, 300 mil chilenas sufren de acoso sexual. "Tantas hermanas, tantos horrores..."
No sería entonces un problema privado, sino un problema social; una conculcación a los derechos de las mujeres, que interpelan a la responsabilidad de todos en su mantenimiento o eliminación.
La inexistencia de políticas públicas en este plano se constituye en políticas "desde la ausencia" que mantienen el apartheid de género. En Chile no contamos con leyes que sancionen el delito de la violencia doméstica, ni el acoso sexual en el trabajo ni en las aulas. Los códigos civiles y penales escritos con visiones androcéntricas constriñen posibilidades, niegan derechos, no sancionan crímenes evidentes. Es coherente, entonces, que en los procedimientos judiciales habituales las mujeres sean rotuladas como culpables de un delito cometido contra ellas.
Los preconceptos sobre la problemática son utilizados —con mucha frecuencia— en los medios de comunicación, favoreciendo el statu quo de los cautiverios de las mujeres (violadas, traficadas, explotadas, mutiladas, pornografiadas, etc.).
Las ONG, el movimiento de mujeres, la Red Chilena en Contra de la Violencia Doméstica y la Violencia Sexual, han contribuido, desde los ochenta, a sensibilizar a la opinión pública frente a estas violencias. Han establecido programas de atención a las víctimas y capacitación a los agentes sociales involucrados en la detección y tratamiento de quienes sufren esta cruel e inhumana cotidianidad.
Las evidencias de los abusos están presentes de muchas maneras: mujeres con problemas emocionales y de rendimiento laboral, consumo de alcohol y medicamentos, aislamiento social, abortos provocados por golpizas, intentos de suicidios, hospitalizaciones por daños psicosomáticos severos, miles de denuncias en postas y comisarias. Hijos e hijas que en el presente muestran rendimientos escolares deficitarios, trastornos emocionales, conductuales, adicción, embarazo precoz e incluso delincuencia, y que en el futuro tenderán a repetir el modelo de maltratador o maltratada, perpetuando el círculo del abuso y del dolor.
El signo de la violencia en contra de las mujeres es el sello de cada día. La negación y la invisibilidad no hacen más que agravarla, entorpeciendo la posibilidad de sembrar para el cambio vital y político al que aspiramos, en el que conquistemos la ciudadanía plena y fértil en un nuevo mundo.

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